De repente todo queda en blanco. Todo se vuelve como un sueño. Encuentras la paz, hasta que un chorro de agua fría te hace despertar y ver la cruda realidad. Todo el movimiento, lo rápido que pasan las cosas. Y ahí analizas que tocaste fondo. Empiezas a ver finalmente las cosas más claras, cómo llegaste hasta donde estás, porqué, y para qué. Basta con sufrir un desmayo que ilumine todo. Comprendes, que sin importar todo el tiempo que entregas la gente te desilusiona. Que esa desilusión se vuelve en el motor que te mueve a hacer nuevas cosas, a ser mejor. Te das cuenta de que aunque algunos significaron el mundo para ti, para ellos no significaste nada, sencillamente fuiste un momento, y no hay nada que puedas hacer al respecto. Excepto crecer. Crecer y demostrar cómo siempre puedes ser mejor. Deja de molestarte en que el otro mejore, ya que si no es su deseo, no puedes controlarlo. No gastes tu energía creyendo con todo tu corazón en una persona que nunca demostró iniciativa o cambio. Pero al mismo tiempo, hazlo. No te conviertas en egoísta, no subas la defensiva, porque te perderás de los mejores momentos. Y a pesar de arriesgarte a la desilusión, de esas que duelen aún en lo más hondo, entrégalo todo, porque nunca sabes el impacto que puedas tener en alguien más. Aún cuando a la persona que impactes para ti no haya sido tan relevante, y la que sí fue relevante a fin de cuentas pueda desecharte como un trozo de papel, siempre es mejor darlo todo. Primero, porque sabes que fuiste todo lo que pudiste ser, y que no quedó nada de por medio, y segundo, porque así siempre dejas un camino abierto, y quién sabe, quizá algún día una de esas personas pueda sorprenderte.
Tuesday, August 9, 2011
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment